El
avance progresista que supuso el establecimiento de la Segunda
República y el profundo viraje hacia la izquierda de una parte de la
sociedad española favorecieron la liberación del pujante
anticlericalismo latente en el país desde el siglo XIX. El
anticlericalismo español era antiguo y con doble tipología: desde el
lado intelectual se constataba que la Iglesia católica era enemiga de la
cultura y el progreso, buscando atacarla en aquellas áreas que había
acaparado: escuela, universidad e influencia política, social y
económica; y por otro, la Iglesia era considerada por los obreros y
marginados responsable de las injusticias sociales. Estos representaban
el anticlericalismo más violento y emotivo: luchaban contra la Iglesia
como evidente aliada del capitalismo.
En las primeras cuatro décadas
del siglo XX en Zaragoza, las acciones anticlericales se repitieron con
profusión. Se blasfemaba en los actos religiosos, se promovieron las
ceremonias civiles, y se celebraron conferencias y manifestaciones
contra la religión católica.
Especialmente activas fueron las
actividades anticlericales en los actos del jubileo de 1901 y durante
los actos de peregrinación a la Virgen del Pilar de 1905, en ambos casos
con alteraciones del orden público y graves enfrentamientos en la calle
entre los anticlericales y los católicos, apoyados éstos por la
policía. Pero el más importante de los ataques al mundo católico se
produjo el 4 de junio de 1923, con la muerte a manos de anarquistas del
cardenal y arzobispo Juan Soldevila, destacado político conservador.
Durante
el período de la Segunda República hubo un intento de separación
Iglesia-Estado, acompañado de un aumento de las acciones contra los
bienes eclesiásticos: robos en templos, destrucción de imágenes, de
cruces de piedra y de capillas u hornacinas. Además, todas estas
acciones se concentraban en las semanas previas a la Semana Santa para
evitar en la medida de lo posible estas celebraciones. En algunos casos,
los atentados fueron causados por los propios católicos, para avivar el
enfrentamiento y presentarse como víctimas.
Desde las instituciones
democráticas se procuró desbancar el modelo educativo monopolizado por
el clero, prohibiendo la enseñanza religiosa; se intentó minimizar la
influencia católica en los entierros promoviendo los cementerios
públicos; se buscó apoyar a la beneficencia pública en vez de a la
católica y se cambiaron nombres de calles como gesto simbólico de
laicismo. La reacción de la Iglesia ante el talante progresista de los
republicanos fue hostil e inmediata: la jerarquía religiosa estaba
temerosa de perder sus privilegios.
Otros acontecimientos reseñables
fueron el ataque al palacio arzobispal en 1931, que se roció con
gasolina pero que no llegó a prender, la disolución en enero de 1932 de
la Compañía de Jesús o el intento de incendio de una iglesia en
construcción en el barrio de las Delicias durante la huelga de diciembre
de 1933, en la que también se lanzaron bombas contra los templos de San
Pablo, San Carlos, San Nicolás, la Magdalena y San Juan de los Panetes.
La
oposición del mundo católico al anticlericalismo se midió en el primer
tercio del siglo XX entre las organizaciones sociales, para pasar al
ámbito político con la instauración de la Segunda República: una alianza
firme entre las fuerzas reaccionarias y la Iglesia estaba trabajando ya
para la destrucción del régimen. Así nació la Acción Social Católica de
Zaragoza, tras crear una red de asistencia social para influir en el
mundo obrero, promoviéndose diferentes organizaciones, unas de tipo
mutualista para dar servicios y coberturas a los necesitados, y las
otras, sindicalistas (USO, Unión de Sindicatos Obreros de Zaragoza),
para poder enfrentarse a los sindicatos de clase (UGT y CNT). En este
aspecto se fracasó, pues el Sindicato Católico de Zaragoza, ante el auge
socialista y anarquista, se vio abocado a desaparecer, para finalmente
constituir una opción política mediante Acción Social Católica.
Se
trataba de una reacción sustentada en tres pilares: la búsqueda del
apoyo de los hijos varones de la élite formados en el colegio de
Jesuitas; la aparición de la Liga Católica de Zaragoza convertida
posteriormente en la Liga de Acción Social Católica; y el papel activo
de la prensa a través del diario El Noticiero.
Desde 1932 a 1934, no
se celebró la procesión del Santo Entierro en Semana Santa. Su
celebración en 1935 se convirtió en un acto simbólico de la
confrontación. Los organizadores, la Hermandad de la Sangre de Cristo,
lo hicieron amparados por el gobierno derechista del bienio negro de la
República. Los sindicatos obreros organizaron una huelga de terceroles,
pese a lo cual la procesión salió, exceptuando el paso de la Entrada de
Jesús en Jerusalén, destruido por un incendio provocado por una botella
con líquido inflamable lanzada por una de las ventanas de la
desaparecida fábrica de regaliz en la calle Asalto, donde se guardaban
todos los pasos de la Semana Santa zaragozana. La falta de terceroles
fue suplida por otros fieles, algunos de ellos armados. En 1936 se
volvió a celebrar la procesión, con la modificación de ponerles ruedas a
los pasos para evitar la ausencia de terceroles.
Desde entonces se
consolidó el Santo Entierro y aparecieron las cofradías penitenciales,
lo que fue posible gracias al triunfo de los sublevados en la ciudad, el
fusilamiento sistemático de los republicanos y la alianza entre el
régimen de Franco y la Iglesia, que resultó muy beneficiosa
económicamente para ésta al efectuarse la no declarada “Operación
conventos y colegios privados” (desplazamiento a la periferia mediante
lucrativa venta de solares procedentes de derribos en el centro), que se
desarrolló en la ciudad en las décadas de los 70 y 80 en paralelo a la
“Operación cuarteles”, esta sí oficial. Hasta 2015, la corporación
municipal no ha dejado de participar en las celebraciones católicas de
Zaragoza.
En la foto, el paso de Jesús camino del Calvario en la
emblemática procesión del Santo Entierro de 1935, atravesando la calle
Alfonso de Zaragoza, proveniente de la de Espoz y Mina y a punto de
entrar, tras un pequeño descanso, en la de Manifestación. Las ruedas
irán siendo incorporadas, paulatinamente, desde el año siguiente.
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