Durante los prodigiosos años del verticalismo y desarrollismo de los sesenta-setenta del siglo XX, con el ladrillo, el hormigón y la especulación desatada como señas de identidad, la ciudad fue objeto de una transformación festejada en publirreportajes, no-dos, y preciosas postales que mostraban una nueva cara urbana moderna, avanzada, lustrosa, y joven. La construcción de infraestructuras y edificaciones de nueva planta, amén de la ingente demolición y piqueteo de inmuebles viejos, generaron un Everest de residuos que fueron gestionados a la brava, sin molestas perturbaciones legislativas, o políticas públicas, que trabaran el progreso. Tonelada tras tonelada, las riberas fluviales y la periferia periurbana fueron recrecidas en altura, y cientos de miles de deposiciones con cascotes de obra se convirtieron en la nueva especie dominante de esos parajes.
En la imagen, captura del paisaje que mostraba la ribera del Ebro junto al Camino del Vado y la calle Lourdes. Al fondo, la ciudad de las torres catedralicias, tras el puente de hierros. Hubo un tiempo en que esto formaba parte del denominado "Soto del Cañar".
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