Son apenas unos pocos metros de distancia los que separan este apacible lugar del endomingado paseo de Sagasta. En un rinconcillo de "Villa Florida", desocupados y expectantes, y coloristas versión autocromo, estos caballitos de cartón-piedra fueron fotografiados en 1913 cuando estaban soñando con peques. Oníricos infantes que luego tomarían la forma de Águeda, Teresa, Pepito, Federico, Pilar, y Concha. Mientras la espera, y sin pestañear, sus grandes ojos no perdían detalle, escrutando el panorama, aunque sólo brillarían y destilarían vida cuando el sueño se esfumara, y súbitamente comenzara el zarandeo y el jineteo, entre una turbamulta de travesuras, sonoras emociones y correveidiles infinitos. Tres coloristas y dispares caballerías, tres, a la espera de la irrupción de la chiquillería de los Chicoy, y los de Castro. Llegarían, seguro, más pronto, que tarde. Ellos lo saben, y lo esperan.
Son estos caballitos zaragozanos un resorte que nos trae, algo más de un siglo después, una emocional imagen de otra ciudad interior, que fue esta misma, aunque no lo pareciera. Inmediata al ensanche alto-burgués hacia el montaraz sur, esta privilegiada zona, tanto la interior, como la exterior, mutó luego a otra cosa, a otra realidad. Así, de la perdida calle del Mediodía apenas perduran contados fogonazos del pasado. Como este.
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